viernes, 20 de diciembre de 2019

Roma, Soraya y Cicero


Cuando transcurría el año 475 se avizoraba la caída del imperio romano. Cicero, napolitano y fiestero, descendiente de una estirpe de oradores, disfrutaba de los placeres de la corte. En aquel momento histórico el emperador Rómulo Augusto convocaba a todo hombre disponible para el frente de batalla a fin de contener las hordas bárbaras. Se rumoreaba que Odoacro, el jefe germano, operaba tras bambalinas, al acecho, con un poderoso ejército para dar el zarpazo final. Cicero escuchaba con preocupación las noticias y especulaba con los nobles sobre el oscuro porvenir del imperio. Era el esposo de Berta, una déspota, obesa y fea mujer pero con mucho poder, cuya única cualidad era la de ser hermana del emperador. Vivían en el Palacio Villa Bonifacia, antecesor del majestuoso Palazzo Donn'Anna, frente a las costas del Tirreno. Un buen día familiares de Berta se mudaron al Palacio. Venian en exilio desde las tierras ocupadas por Alarico, el rey visigodo que asoló Roma por varios días. El matrimonio tenía una hija muy hermosa, rubia y de ojos azules. Soraya, una adolescente fascinada con las historias de gestas heroicas de los romanos. Una noche, Cicero se sintió observado mientras cumplía con sus deberes maritales. Era una sensación que se venía repitiendo frecuentemente. En determinado momento el resplandor de la luna brilló en los ojos azules de Soraya. El hombre sintió deseos irrefrenables de ir tras ella. Sin embargo esperó a que su mujer conciliara el sueño y se levantó de la cama. Tenía su dormitorio propio porque las dimensiones y ronquidos de Berta le hacían imposible el descanso. Al salir de la alcoba, en medio del pasillo adornado con jarrones, cuadros y plantas sus ojos se  cruzaron, enamorados a primera vista. Sin decir palabra caminaron juntos tomados de sus manos y durmieron abrazados hasta el alba. Una tarde, mientras tomaban té en el jardín Soraya dice a su madre que tiene un atraso en el periodo menstrual. Berta, no prestaba atención pero reconoció de inmediato el fuerte perfume de magnolias que usaba la adolescente, el mismo que estaba ya impregnado en el dormitorio de su marido. A la noche, los guardias de palacio vinieron por Cicero, cumpliendo órdenes estrictas de Berta. Antes de entregarse se encontró con su amada, cerró los ojos para recordar su calidez y tocó su abdomen, nada se dijeron pero Cicero estaba seguro del embarazo de su amante. El 4 de setiembre del 476 Odoarco derroca a Rómulo Augusto y Cicero es liberado, habiendo sobrevivido milagrosamente a las batallas del Coliseo Romano. La imagen de su mundo se reducía a aquellos ojos azules brillando en luna llena. Nadie en Nápoles pudo decirle donde se había marchado Soraya y su familia, expulsados del palacio aquella fatídica noche. Caminó por los bosques con la melancolía enquistada sobre sus hombros. Finalmente, durmiendo en el pasto bajo la bóveda estrellada tuvo un sueño profundo. Creyó ver los ojos de Soraya sobre los suyos, supo entonces en esa mirada que ella no pudo soportar la tensa situación y se había arrojado al mar. Sin pensarlo Cicero corrió hasta el borde de un alcantilado que daba al Tirreno. Sintió la brisa en su cara al caer y se sintió feliz. Al sumergirse en el agua contuvo la respiración y sintió el amor más intenso y profundo que uno podría imaginarse. Retumbaron como un eco en su pecho las palabras de su amada prometiendo no alejarse de él en la próxima reencarnación. Fue perdiendo la conciencia y la vida mientras miraba y sentía aquellos ojos azules en su corazón. El éxtasis de la muerte lo abrazó. @SpoturnoV

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