viernes, 18 de octubre de 2019

El origen del Huracán


Aquella mañana Don Antonio, el zapatero del pueblo, tuvo la sensación de que hoy iba a ser un gran día. Se tomó unos minutos antes de abrir su negocio, se sentó en su poltrona de cuero que había tapizado con sus propias manos y puso su más preciados tesoros en la vitrola: la canzoneta napolitana y la música de ópera en los discos de pasta. Mientras cerraba sus ojos y sonaba en el ambiente "una furtiva lagrima" en la voz de su coterráneo, el más grande tenor de la historia: Enrico Caruso, vio por su ventana como un pájaro azul, que nunca había visto antes, piaba al son de la música. Miró su reloj de bolsillo y se dirigió al taller, extasiado por lo que acababa de ocurrir. Allí miró atentamente la montaña de zapatos, algunos esperando que sus hábiles manos los repararan y otros listos para su entrega. Mientras tomaba un sorbo del mate recién cebado por doña María, su fiel y leal esposa pensó para sus adentros que necesitaba ayuda. Era el único de su oficio, aprendido más allá del océano, en su Italia natal. Sus cavilaciones fueron interrumpidas por Ramón, aquel muchacho de cejas espesas, mirada profunda y de tabique nasal quebrado que apodaban "el Ñato Vilches". Traía en su carro de mano la barra de hielo, que en aquella época era la unica forma de enfriar bebidas y conservar alimentos. Era un trabajo pesado, como la carga que llevaba. Largas caminatas por las calles adoquinadas, que lo hacían tambalearse a cada rato. Anunciaba a viva voz su mercancía para atraer a los clientes y su predisposición para todo le valía alguna que otra changa para ganarse unos pesos extra, como él decía "para parar la olla". Era uno de los siete hermanos que, con su trabajo arduo, intentaba abrirse paso en la vida. Saludó a don Antonio con mucha cordialidad. Querés un mate botija? Respondiendo así la cortesía. Dele, ta bravo el calor! Respondio el Ñato secándose el sudor de su frente y agregó pah! veo que tiene mucho trabajo! Así es, necesito un aprendiz voluntarioso y con ganas de salir adelante. Y se me ocurrió también que éste podría repartir a domicilio, de esa forma yo ganaria más tiempo en vez perderlo en atender a los clientes uno a uno en el mostrador. Te interesaría? Preguntó mientras miraba por encima de sus lentes de carey. Mientras escuchaba, el pibe imaginariamente ya se veía sentado en la banqueta de mimbre y madera, cortando suela, martillando un zapato sobre el armazón de hierro o cepillando una bota embetunada previamente para sacarle brillo como tantas veces vio al que sería su nuevo patrón. Al otro día, al salir del turno matutino de la única escuela pública, la Gral Artigas, exactamente a cinco cuadras de allí, el Ñato, de sólo 11 años de edad se calzaba su delantal de zapatero que demoraría 73 años en quitarse. Al retirarse el muchado y luego de haber finiquitado el acuerdo laboral, don Antonio se sintió aliviado. Su clientela aumentaba y sus hijos crecían. Su alma errante estaba anclada en aquel lugar tan hermoso y cálido. Pero tenia planes de mudarse a la capital, expandir su negocio y que sus hijos continuaran allá sus estudios. Salió a la vereda, saludó algunos transeúntes de aquella ciudad de Minas de principio de siglo, armó un tabaco y mientras el humo del cigarro se elevaba por el aire se sintió agradecido a la vida. "Ya vuelvo" le dijo a su señora mientras caminaba lentamente hacia la esquina, al almacén Antúnez de ramos generales.
El sol de verano le daba en la cara transpirada y curtida mientras volvía con su damajuana de tinto que Don Alejando el propietario, le había recomendado. Ya lo había degustado antes, en el taller de Quico, el Herrero, su vecino y compinche de algunas noches de juerga por los piringundines de la rambla. Esas de truco, casin y de congas en cartas engrasadas por los choripanes hechos en medios tanques, donde los cantores de tango y payada hacían sus duelos, cantandole al amor y a la percanta que se fue. Esa noche, encomendaria sus designios a San Genaro, patrono de su antigua ciudad, aquél martirizado y asesinado por el emperador Dioclesiano en el siglo IV, para posteriormente, bajo la parra y las vides de su patio, entre el humo de la parrilla del asado del carnicero Del Puerto y bebiendo unas copas de vino hablaría con su familia de sus planes. El proceso se había iniciado. Nuevos vientos soplarian desde entonces para la familia Vaccaro. Sin darse cuenta estaba repitiendo exactamente el mismo ritual y la misma escena que su padre había elegido allá, en su Napoles natal, hacia muchos años, cuando tomó la decisión, como tantos de sus compatriotas, de partir a "hacerse la América" en los buques que venían al Río de La Plata con promesas de aventura y vivir mejor. Antes de dormir, indefectiblemente en su condición de devoto leía la biblia, esta vez el versículo premonitorio decía "¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo hecho? Lo mismo que se hará. No hay nada nuevo debajo del sol"
Tomó una inhalación profunda, cerró sus ojos y dejó en manos de la divina providencia sus anhelos, que se mezclaron esa noche con sus más intensos sueños de volar.  @SpoturnoV 

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