Las flores del Camino
Kalo era un inmigrante vietnamita en París. Desde niño jugaba en la vereda de Champs Elysées frente al próspero comercio su padre. Tenía un vago recuerdo de su madre patria. Al crecer y hacerse cargo de la empresa familiar la vida pasó delante de sus ojos a ritmo de vértigo. Una noche se despertó sobresaltado, sudoroso y con una sensación de pánico. Sus gritos despertaron a su esposa que dormía a su lado y a sus tres hijos, que no comprendían que sucedía. Volvió a dormirse y soñó con una nueva vida. A la mañana siguiente, mientras compartía el desayuno, comunicó la noticia; cedería sus bienes a sus hijos y volvería a su tierra natal, como un peregrino en busca de su identidad y su propósito existencial. Llegó a su Vietnam natal y a su provincia lindera con Laos. En una pequeña choza hizo su hogar. Una litera, mesa y una silla. Todos los lujos y comodidades parisinas quedaban atrás. En el espeso follaje comenzó su proceso. En la cima de la montaña un viejo maestro servía de guía en su camino espiritual. Todas las mañanas cargaba dos vasijas de barro, sostenidas por una cuerda en un palo que llevaba en sus hombros. Para él, caminar hacia el río era una forma de meditación. Sentía la conexión con la madre tierra en cada paso, el aire caliente en su cara, el canto de los pájaros, el verde matizado de flores. Una de sus vasijas tenía un pequeño agujero y perdía una considerable cantidad de agua en el trayecto. Un día su maestro Ho Chín le preguntó: "Dime Kalo, porqué no reparas tu vasija? Pierdes una cantidad de líquido innecesariamente. Kalo, con acento francés le respondió: "Sabiendo eso que dices arrojé al borde del camino semillas de flores, éstas con el riego que reciben a diario están hermosas y coloridas, el paisaje que veo ahora es muy bello. Su aroma da placer a mis sentidos y abejas y colibríes y mariposas revolotean alrededor". El Kalo francés no pararía de enojarse y quejarse. Abandonaría la vasija porque le causaría pérdida y sentiría que ya no le es útil, que le causa dolor y que no cumplió con su cometido. Para el Kalo vietnamita la dura tarea de traer el agua, gracias a esa vasija se transformó en una experiencia de placer diario. Ho Chín no dijo nada, pero su sonrisa transmitía una sensación de alegría, su discípulo le había dado una lección de sabiduría. @SpoturnoV
No hay comentarios:
Publicar un comentario